Capítulo octavo: Onanista surrealista.
Hubiera esperado muchas cosas de tan oscuro andar por las veredas de la Vida. Pero en humildad reconozco (oh, qué dulce palabra, humildad, tan falsa, tan sucia, tan altanera) que no me habría esperado, en forma alguna, surrealismo tan avanzado como en aquestas jornadas de extrañas horas de dejà vú y mentiras descaradas, de descalabros emocionales y psíquicas bofetadas que me han hecho sentir que, evidentemente, no hay nada que no se arregle con la cantidad adecuada de explosivos.
Y es que tenemos toda una plétora de extraños especímenes que, en aras del estudio del Surrealismo emocional, me proporcionan extrañas metáforas y situaciones absurdas para pensar, meditar y sobre todo, odiar. Odiar en profundidad, con saña sanguinolenta y ponzoñosa, con sentimientos pútridos y cuchillos oxidados.
El primer especímen es una mujer que encaja perfectamente con mis ideales de belleza: melena de un negro intenso, vivos ojos azules, pálida de piel, esbelta y de apariencia frágil y el punto exacto de gótica sin llenar a sumergirse en esa marea suburbial de sentimientos ahogados por el "cómo mola la muerte, tío". Vive despacio y muere deprisa. Esa mujer se ha empecinado conmigo. Pero se niega a dejar a su novio, y sinceramente, yo no quiero triángulos emocionales con carambolas por el medio, y ante la evidente claridad de "o él o yo" se quedó con "él", porque lo tiene seguro (vamos a dejar al margen que sea un garrulo sin imaginación, chulapo agresivo y chuzas de categoría y tan celoso que sólo le falta poner a su "churriprincesita" cinturón de castidad y atarla bajo la cama.
El segundo especímen es una mujer atractiva, alegre, una inyección de energía, de las que tanto necesito. Pero es una cobarde que no es capaz de decir dos palabras seguidas a la cara, que requiere de lacayos que hagan por ella favores y suban al escenario en su lugar, y sobre todo, es incapaz de aclararse. Maravilloso. Tenemos a una esquizofrénica paranoide que cambia de idea y sentimiento como una veleta de dirección. Hoy me quiere, mañana no me quiere. Quiere quedar como la madame de la película, sin saber realmente en qué plató tiene que actuar, y para ello suelta cien mil verbas diferentes a cada alma náufraga que decide sostener la maldición de escucharla con la esperanza de que, antes o después, diga algo con sentido. Pídele peras al olmo y espera que caigan manzanas. Vamos a contar mentiras, tralará.
El tercer especímen es el estereotipo de chica de hoy. Adolescente, atractiva, con ése punto light de pija y obsesionada con la apariencia y su tipo oh-dios-peso-dos-kilos-de-más-es-horrible. A mayores, es una adicta a la fiesta "jolgorrio" donde el whisky se trasegue como si fuera agua para acabar cogiendo un pedo depresivo, adicta al móvil y a los garrulos de todo-a-cien. Y con una sobrecarga muscular en el hombro derecho. Y como un servidor tiene que ser buena persona, aceptó pasarse unas cuántas horas de éste fin de semana dándole masajes a la niña donde a su majestad se le antojara. Sin presumir, pero se me da bien el arte del petit massage; en un arranque de inteligencia, a éste especímen se le ocurrió decirle a su novio por teléfono que el menda tenía unas manos excelentes, que hacía unos masajes impresionantes y que usaba los dedos con una delicadeza asombrosa. Y claro, el novio, que es un garrulo de todo a cien, chuzas empedernido, con la sutilidad de un martillazo en la sien y con el romanticismo de los nabos en su sangre, no se le ocurrió nada mejor que amenazarme con cortarme las manos y que como me vea por su ciudad con ella, que me raja no se cuántas veces. Aunque sinceramente, casi lo espero. Que lo intente, es decir.
Tras esta experiencia, toda ella bien condensada en el último mes, sólo puedo pensar que mis opciones son pasarme al onanismo o ciertamente, irme a vivir a Chueca con Raúl.
Es excelente. Tengo unas inmensas ansias de hacer justicia.
Que alguien me traiga el lanzallamas.