Las Crónicas del Odio

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Location: Ourense, Ourense, Spain

Soy Ibón. Estudiante y escritor aficionado. Los que me conocéis ya sabéis más o menos cómo soy, asi que creo que no necesitáis más pistas. Y a los que no me conocéis, sólo deciros que lo que conozcáis de mí a través de esta Caja de Pandora, os guste.

Wednesday, June 21, 2006

Capítulo Quinto: Terrazismo

Haciendo honor a la petición de cierto e insigne Odiador del otro lado del Charco, permítame el avezado náufrago que llega a esta costa no impelir a la lectura al lector fiel. De nuevo, este pequeño escrito está basado en una sencilla vivencia personal: no soporto las terrazas de la zona "chic" de mi ciudad de Ourense: San Lázaro.

Esta mañana, tras haber terminado con ciertas obligaciones burocráticas acompañando a mi madre, decidió sentarse en las susodichas terrazas; el sitio en sí no está tan mal, de no ser porque los camareros se pasan la mitad del día escondidos en algún rincón fuera de esta dimensión, por la legión de yonkis que acuden rogando dinero para un autobús a Santiago (hay uno que lleva un año dándome la misma excusa: le faltan dos euros para coger el bus a Santiago); y claro, detrás de los yonkis, vienen los rumanos y de cuando en cuando, una vez se han marchado los rumanos algún mendigo de los de toda la vida. El problema es que como le sueltes una moneda a uno, te acosarán todos para el resto de tu vida siempre que pases por ahí; y no me malinterpreten, bastante desgracia tienen algunos, pero uno no puede dejarse veinte euros cada vez que se pasa por ahí.

Hasta ahí, puede ser un sitio normal, pero entonces aparece la "jet set" de aquesta mi vieja ciudad. Entiéndase por "jet set" a las hordas de Marujolandia, grupitos de señoras de mediana edad que se sientan con todas sus alhajas brillando al sol que se cuela entre los robles, piden dos aguas y un café entre cinco (pero con patatas, anchoas y aceitunas de tapa, por supuesto). Y entonces empieza la afición popular por excelencia de las cincuenta Damas de la Orden de Marujolandia (entre alguna pareja o un anciano tomando su whiskito por allí perdidos): criticar, criticar, criticar. Lo que sea, como sea, y al precio que sea. Se organizan bajo una voz cantante, que grita más de lo que habla, que hace aspavientos que recuerdan a un epiléptico en plena crisis y protesta por todo aquello que no puede aferrar con su zarpa codiciosa; el resto, como buenas gallinas, cloquea al son del gallo (aunque también sea femenino en este caso) y el gallinero va que da gusto verlo: todo es una crítica orquestada y melódica que no deja títere con cabeza.

Como dije, hoy estaba sentado en una de esas terrazas con mi madre. A nuestro lado, una pareja de jóvenes salidos como mandriles adolescentes jugueteaban inocentemente sin molestarnos más que con el sonido fuera de escala habitual. ¡Pero a nuestra derecha! Se sentaron cinco Marujonas en campaña, pidieron un café, un agua y una Fontvella Sensación Manzana y nada más sentarse, empezaron a criticar a la camarera por tener "más culo que espalda" y su peinado "absolutamente horroroso", posteriormente a la horda de mendigos que le asaltaron pidiendo una moneda y un cigarro, a la pareja de mandriles por escándalo público, al anciano que estaba dando de comer a las palomas por poco higiénico, a mí por reclinarme en el respando y tener las piernas estiradas (¿¡tanto les ofendía!?), étc, étc.

Les dirigía una señorona con un peinado que recordaba a una cresta multifacetada y cuyo modelo dolorosamente llamativo haría enternecerse a la mismísima Ágata Ruiz de la Prada. Una vez se embaló con mi crítica, se lanzó a una cruzada por la purificación de la juventud, acusando a los jóvenes de una plétora de calificativos poco apropiados para escribir aquí por su manida simpleza a voz en grito, espantado a las palomas, al ancianito y a mi paciencia.

Cuando amablemente le pedí si podía hablar más bajo, me ignoró con un gesto de "a freír espárragos, plebeyo" y comenzó, sutilmente, a hablar de los pocos modales de la clase baja orensana en un intento de ofenderme; supongo que llevando la sangre de seis familias de la nobleza en mis venas debería haberme puesto a su nivel, arrojarle el guante y cortarle la cabeza con la cucharilla del café, pero decidí ser educado (por respeto a mi madre) y me callé.

Una vez en mi casa, me arrepentí de mi cortesía. Debería haberle derramado mi té negro sobre sus cabellos, escupirle al rostro de ninfómana reprimida que llevaba, darle dos bofetadas y arrancarle el corazón con la cuchara de su café, tras meterle la cortesía por el culo. Pero no lo hice.

Tal capítulo no es un hecho aislado, ocurre a menudo en el feudo de Marujolandia. Y sólo tengo la esperanza de que algún día me deje la cortesía en casa.

Tuesday, June 20, 2006

Capítulo Cuarto: del atavismo de los príncipes azulados

" Dime que vas a seguir por siempre a mi lado
aunque veas a diario como se me va el azul.
Ahora que ya descubriste que el caballo blanco era alquilado,
ahora que compruebas que yo destiño también..."

Amado lector, como siempre, os doy la bienvenida a éste putrefacto retiro de la mens sana, donde lo enfermo es nuestra guía. Quiero enfocar el presente capítulo de esta peste del espíritu desde una perspectiva absolutamente neutral y espero, que si en habiendo llegado a aquestes páramos del alma, un corazón puro se sintiera herido por mi verba, perdone mi escrito por presentar lo que yo estimo una gran verdad: No creo en príncipes azules.

Sin embargo, abrumadora mayoría femenina si cree en ellos y los busca, cortando todo por los patrones aparentemente tan fáciles, en su fantasía... Cortan a los aspirantes por los patrones del hombre de sus sueños (y nunca mejor dicho) y suspiran porque su Galatea en masculino cobre vida y se aparezca ante ellas declarando su amor y fidelidad "por la eternidad y para siempre".

Pero los príncipes azules han cambiado; ya no visten de seda azul ni montan caballos blancos, sus doncellas quieren que vistan como un chulo de putas cabalgando en su moto petardera, que hable como si tuviera un problema palatal y que siempre parezca presto a propinar un par de bofetadas a su "churriprincesita". Mas, misterios del alma femenina, desean que aqueste siniestro personajillo sea tan sólo fachada, pues quieren que en la intimidad de la alcoba sean tiernos, delicados, románticos y que lloren por fruslerías, que caminen con el corazón roto oculto tras una armadura en forma de chupa.

Desean que les den protección (¿príncipes o guardaespaldas?), que se peguen contra los malvados bribones que ofenden el honor de su "churriprincesita", que se encarguen cual andantes caballeros de felones y truhanes que agravian la integridad moral de esa pequeña damisela que es su pareja. Por supuesto, quieren que sean guapos; físicos atractivos, llamativos o imponentes, quieren hacer extraños combinados de aspectos curiosos aunque luego, en compañía, puedan parecer la oliva y el palillo o la cuchara y el spaguetti.

Quieren un hombre que acorde con sus gustos, sea siempre fiel y cariñoso ante todo; capaz, lanzado y tímido a la vez, con maestría en el saber de complacer a una mujer y detallista cuando dese arrancarle una sonrisa. Quieren que sólo tenga ojos para ella al tiempo que es el hombre deseado por todas. Quieren vivir cuentos como Blancanieves o la Cenicienta.

Quieren sueños tangibles; quieren, más allá de la realidad, que tomen forma tangible sus fantasías y creen en ellas, despreciando al resto de su corte, confiando en que pronto, muy pronto, ése será su primer amor, el verdadero y el eterno. Que nadie más profane su cuerpo. Que nadie más honre su nombre. Sólo él; su Príncipe Azul. Porque vendrá con un ramo de rosas y manchado de aceite de motor. Pero vendrá...

Podría terminar de muchísimas formas; hay cientos de formas de concluír esta pequeña reflexión pustulenta, pero sería en vano. Yo sólo he expresado mi opinión de la forma más neutral que he podido. Sólo diré que conozco muchas historias de amor que empezaron con la llegada de uno de estos príncipes azules. Todas acabaron igual: en las playas solitarias de Isla Melancolía.

Wednesday, June 14, 2006

Capítulo Tercero: del dilema de los cordones

Estimado lector, me siento complacido de poder ofreceros el tercer capítulo de aquestas gangrenadas crónicas para vuestro solaz; tengo especial empeño en el presente escrito, porque todo empieza con una vivencia personal, leve e ínfima que sin embargo, me convenció para escribir estas verbas malditas en esta mañana gris. Ayer, cuando volvía para casa, un conocido me miró de arriba a abajo y me llamó: "¡comunista!"; ante mi rostro de sorpresa, me dijo que llevaba los cordones de mis flamantes deportivas negras rojos, y eso era de los red skins. Una vez que me explicó la herejía me quedé barruntando y recordé cuando me había encontrado con un interesante artículo que hablaba sobre cómo se identificaban entre sí los movimientos enfrentados de skins en Madrid y otras grandes ciudades: por los cordones de los zapatos.

Porque, querido amigo, lector inundado por el tedio que acudís a estas playas desiertas, os diré que no sólo hay un tipo de skinhead; no, déjeme que le ilumine. Tenemos a los skins de toda la vida, matarile al maricón y le partimos la cabeza al negro (porque es negro). Esos suelen llevar los cordones negros. Tenemos a la Falange Skin, que es lo mismo, pero en versión española. Y que viva la raza española, más pura que la aria, jodidos mezclados de mierda; porque como todos ustedes saben, en España siempre nos hemos aislado de cualquier otra raza, color de piel y cultura. Más tarde, y como ya he citado, tenemos a los red skin, que son lo mismo, pero en comunista. Y por eso el comentario de mi conocido. Pues vale. ¿Skins comunistas? Supongo que pegarle a todos igual también es una forma de comunismo. Me imagino ya, a un grupo de energúmenos con cordones rojos gritando apocalípticas consignas incendiarias: "pégale al rumano, pégale al negro, pégale al cubano, pégale al hispano, pégales a todos, u-a, u-a..." De acuerdo, amado lector, no es demasiado buena, ¿pero de verdad cree, en su humildad, que van a inventarse algo mejor? Comunismo, señores. Comunismo. Matemos a todos y quedémonos nosotros. Y para finalizar, con cordones violetas, tenemos a los gay skins, que viene a ser lo mismo, pero en gay. Y este humilde escribano no puede dejar de plantearte incómodas cuestiones. ¿Sodomizarán al pobre negro antes de rociarlo con gasofa y hacer una imitación de las fallas de Valencia? ¿Se dedicarán a apalear "heteros" para preservar la pureza aria? ¿Enculemos a todos que alguien nos dará preservativos? Y no es que tenga nada en contra del colectivo gay. Ah, claro, y tienen su contrapartida femenina, Lesbian Skins. Mejor no escribo lo que se ocurre que estas señoritas pueden hacer...

Juzgue usted mismo, amado lector. Yo ya me he comprado unos zapatos sin cordones.

Monday, June 12, 2006

Capítulo segundo: del celoso empedernido

Estimado lector, disponéos ahora a empezar la lectura del segundo capítulo de aquestos pergaminos escritos con pus sobre piel putrefracta; disfrutad de estas verbas enfermizas y desplorables, pues hoy hablaré, humildemente, sobre el diablo encarnado bajo la forma del Perfecto Imbécil investido con los poderes de los Celos Infinitos y el Poder de Hacer Rabiar a su Novia; puesto que escribo estas líneas inspirado por haberme encontrado con tales especímenes, y haber sobrevivido al encuentro con ese diablo surgido del más triste de los infiernos.

Puesto que, y juzgue el lector, ¿en qué humana testa cabe que alguien pueda ser tan gilipollas -permitidme la licencia de usar tan arcano adjetivo- como para prohibir a su novia que cualquier chico le llame por teléfono, o le mande un sms, aunque sean amigos incluso de antes de empezar su relación, y encima insista en andar revisando su móvil? ¿Cómo puede prohibirle que le hablen por el messenger representantes masculinos de la raza humana? ¿Cómo puede ser tan egoísta que ningún hombre que no sean sus clubes de amiguitos puede hablarle a su novia, que por cierto, no es una figura de cristal que se rompa fuera de la vitrina?

Y aún más allá, ¿cómo puede ser una mujer tan imbécil de consentirle eso, cuando se pasa la mitad del día sola? ¿Cómo puede aguantarle y consentirle eso y seguir hablando bien de él. defenderme y afirmar que le entiende? Pero luego, dicha mujer tiene amigos a escondidas, amigos que tienen un horario para llamarle, que se tienen que atener a diez mil normas para hablar con ella... ¡amigos, colegas, conocidos de preguntar por su vida y echar unas risas! No hablemos ya de adulterios tales como invitarle a tomar un café, ¡herejía!

Dejemos entonces mejor, a un discreto margen del asunto, la facilidad de dicha dama para abrirse de piernas a otros galanes o a otras damas, siempre, por supuesto, con la fidelidad ad hoc de su amor para con su Inefable pareja.

Y es que en mi humilde opinión la Inquisición ofrece grandes remedios para curar tales males de la mente y el cuerpo, y es que quizás el Guardián de la Sacrosanta Doncella debería hallar la luz en el uso de artefactos de purificación tales como la cuna de Judas, la rueda o el potro, o recibir un cheque regalo por una sesión de bronceado en la Hoguera. Y en cuanto a la mujer... Quiero tener fe en que una sesión de masaje rótulocraneal debería bastar para quitarle la tontería.