Las Crónicas del Odio

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Location: Ourense, Ourense, Spain

Soy Ibón. Estudiante y escritor aficionado. Los que me conocéis ya sabéis más o menos cómo soy, asi que creo que no necesitáis más pistas. Y a los que no me conocéis, sólo deciros que lo que conozcáis de mí a través de esta Caja de Pandora, os guste.

Monday, August 14, 2006

Capítulo décimo; el soplapollas recalcitrante

Amado lector, me dirijo a vos antes de empezar con mi verborrea llena de gratuíta violencia para felicitaros si habéis llegado hasta aquí. Las Crónicas del Odio cumplen con ésta la presente, diez entradas (contando el Capítulo Sexto, que suprimí). Espero poder seguir lanzando más odio a través de las palabras que escribo con el teclado del ordenador, sustituto impersonal de la pluma y la sangre, como espero que los que mis costas desoladas arriven, disfruten con su estancia en éste paraíso de la desolación. Y terminando ya esta pequeña disquisición os dejo con el décimo capítulo.


Esperaba con ansias que no tuviera que escribir éste como décimo capítulo. Quizás tuve fe en demasía en el ser humano. Quizás tuve esperanzas de que ciertos elementos hubieran aprendido, tras repetidos avisos, a cerrar su boquita y dejar de añadir más leña al fuego, que el horno no estaba para bollos. Quizá, tan sólo quizá esperaba un segundo Pentecostés y que el Espíritu Santo les iluminara para que no continuaran por su vereda errónea y oscura.

Por supuesto, he demostrado ser un crédulo y aquí no ocurrió milagro, fenómeno o cambio alguno, al menos positivamente y de nuevo, el soplapollas recancitrante ataca de nuevo. Hace ya algunas lunas que en cierto foro hice ciertas declaraciones esperando que éstos fenómenos (porque señoras y señores, éstos sí que son auténticos fenómenos paranormales) se dieran por aludidos.

Sin resultado.

Hice un aviso público general, advirtiendo de las consecuencias que habría (que dejara de dirigir la partida que jugaban) si las acusaciones, rumores y mentiras continuaban.

Erre que erre.

Dí un ultimátum.

Ni puto caso.

Dejé la partida y el mundo se echó las manos a la cabeza. Cómo hacía eso. Qué motivos tenía. Jamás hubiera pensado que fuera en serio. Pero por qué lo haces. Todo era de broma, seguro. Pero dejé la partida, dejé de dirigir y pensé que quizás así, los paparazzi del mundo del frikismo orensano, buitres carroñeros, tendrían un mínimo de sentido común, una pizca de decencia y tal y como había empezado todo, se disolvería. Otro infeliz sería su nueva presa y ciento un rumores se extenderían acerca de su persona.

Una vez más demostré ser un crédulo infelizote pues estos carroñeros (ávidos devoradores de mierda, lujuriosos corruptores de la verdad que disfrutan encerrados en sus agujeros, planeando maldades mientras devoran sus untuosas palomitas) han vuelto, nuevamente, a la carga y siguen encerrados en sus trece puesto que, una vez más, se acercan a mis amigos y conocidos y a cualquiera que escuche sus sandeces acerca de con quién me acuesto, detrás de quién ando y con quién estoy saliendo; con quién me enfando, de quién hablo y lo que hago por la calle o en mi vida privada.

Los encasillo a todos bajo el mismo seudónimo (soplapollas recalcitrante,
homo estupidiciensis) porque empezar a acusar con el dedo firme y castigador sería como cortar el agua con un cuchillo: negarían todo, me echarían a sus perros encima y no solucionaríamos nada. Pero sabemos perfectamente quiénes son; de la misma forma que sería una pérdida de tiempo exigir, pedir o rogar que cesen en su campaña, por esa razón me callo respecto al particular. No me verán sus ojos rebajarme a pedir que detengan su difamación, no. Tampoco les amenazaré con palabras vacías.

Porque me dan pena.

Porque me dáis pena.

Me dáis lástima, porque vosotros, que os cacareáis, pavoneáis y vanagloráis de los guays que sois, de los amigos que tenéis, de las tías que os folláis, de lo listos, guapos y estupenfásticos que resultáis, no sois más que una panda de borregos intentando imitar el estereotipo del gallito cairés. Presumís de lo genial que resultan vuestras vidas, y sin embargo, no sabéis hacer más que hablar de las vidas de los demáis.

Debéis de ser una pandilla de amargados tan aburridos con lo triste que resultan vuestros sucedáneos de vida que entre elegir suicidaros por desesperación o intentar llenar vuestro vacío creando culebrones y mintiendo acerca de los demás lamentablemente elegísteis lo segundo. Cuánto patetismo.


Quizá creéis que llenando la cabeza de todo el que os rodea de mentiras y chorradas conseguiréis que no se fijen en vuestra propia podredumbre.

Lamentable. Sinceramente, lamentable.

Thursday, August 10, 2006

Capítulo noveno: el terrorista de la cerilla

Galicia arde por los cuatro costados. Vivimos en una especie de infierno ibérico donde una marea roja de llamas y ascuas quema los bosques, incendia casas, y nos regala miedo, desesperación, rabia. Los recursos y dispositivos de Galicia han sobrepasado su límite y voluntarios y fuerzas de toda España acuden en ayuda de mi tierra que arde bajo el devorador incansable: el fuego. Ayer regresé de Castilla con cierta alegría; quería volver a ver monte verde, Galicia, oler al campo galaico, que tanto me enamora. Y me encontré con una Galicia gris, negra, roja. Una Galicia agonizando bajo las brasas de una panda de capullos. El tren en el que regresaba me dejó en Ourense, sí. A mí y a todo el pasaje, puesto que la vía estaba cortada a causa de los incendios y tuvieron que bajarse en mi ciudad todos los que recorrían Galicia hacia Santiago, Vigo o Pontevedra y al carajo. Ayer Ourense apestaba a mascletá. A la noche, por la ventana abierta entraba el olor de las calderas de Pedro Botero: pero venía otro olor aún peor, el olor del hijo de puta, porque la gran mayoría de incendios son provocados, provocados por idiotas que no tienen nada mejor que joder a Galicia, verdadero potaje de incendios, hogueras, catástrofes y subnormales.
Ojalá los quemaran vivos a ellos. Y juro que yo lo haría con gusto.